7 de noviembre de 2005

Versión de un relato de Big Fish

Es curioso lo que me ocurrió hace muchos años cuando yo era simplemente un niño. Puedo asegurar sin vacilar que conocí a una extraña señora que me visitó en tres ocasiones a altas horas de la madrugada.

Vestía de manera elegante y jamás la hubiese relacionado con lo que ahora mismo se que era, la pálida dama, la muerte. Pero claro, yo era un niño de no más de 5 años de edad que vivía con mis padres y que creía que los muertos solo lo estaban mientras el libro de los cuentos no se volvía a abrir y que las personas malas siempre tenian cara de brujas o de animales con muchos dientes. Supongo que a esa edad todos nos imaginábamos lo mismo y no le dábamos mayor importancia.

Como decía, una noche me desperté por una luz que se había encendido al lado de mi cama. Agarré a mi osito de peluche y noté como esta señora se acercaba hacia mí y me miraba. Aquella mirada no me dió miedo, al contrario, me mantuvo en la suficiente calma como para no salir corriendo a la habitación de mis padres.

La hermosa mujer empezó a hablar y me dijo: Pequeño, mañana una mujer de avanzada edad vecina de este pueblo fallecerá y nadie podrá evitarlo.

Posteriormente se alejó de mi desapareciendo y yo, inocente, no le dí mayor importancia me volví a acostar con mi osito.

Al día siguiente me levanté y fui a desayunar como todas las mañanas mi tazón de leche, sin darle importancia a lo que habia pasado por la noche, hasta que al salir hacia la escuela me enteré de que se estaba retirando el cadaver de una ancina que vivía en la casa de encima de la tienda del Pedro, donde me regalaban canicas cada vez que iba.

Después de unos dias volvió a ocurrir la misma situación, pero esta vez la dama me dijo: Pequeño, mañana el alcalde de la ciudad llegará al final de sus días y nadie podrá evitarlo.

Me tumbé pensando que lo anterior fue casualidad de un mal sueño y no tendría que volver a ocurrir de nuevo, pero realmente a la mañana siguiente el alcalde había muerto.

La última vez que apareció la señora me di cuenta de que las dos anteriores habian sido casualidad y no la tercera. Inocente de mí con los años aprendí que hay cosas que no son solo entre dos y que, la tercera vez, se volvieron a cumplir sus palabras.

Esa noche me dijo: Pequeño, mañana se acabará la vida de tu padre y nadie podrá evitarlo.

Me asusté tanto que esta vez si que fuí a la habitación de mis padres, les desperté contándoles que habia alguien en mi habitación y ellos, creyendo que eran pesadillas, me calmaron y me acompañaron de nuevo a mi cama.

Al día siguiente me desperté y fui corriendo a ver si mi padre estaba muerto, y, si no lo estaba, advertirle de que tuviese cuidado en todo lo que hacía.

Yo intentaba vigilar lo más posible y me aseguraba de que todo lo que hiciese fuese seguro.

Viendo que mi padre no se moría bajé a la cocina para desayunar mi tazón de leche, pero esta vez mi madre no me lo había servido, sino que había puesto un plato con unas galletas y un vaso de agua en su lugar.

- Mamá, por qué hoy no desayuno mi tazón de leche como todos los dias? - pregunté
- Lo siento - me respondió - hoy no hay leche hijo, la leche no se distribuye hoy pues el lechero ha muerto esta mañana.

Texto original en Big Fish
película escrita por Tim Burton

Penélope

Lloraba el cielo como cada mañana desde hacia un mes en la calle Elmont, y ella observaba la calle desde el portal esperando a que su autobus se acercase a la parada que tenía situada en la puerta de su casa que la acercaría al trabajo. Penélope no habia conocido su calle con otros colores que no fuesen el blanco y el negro pues llevaba quince dias en la ciudad y todavía no se había hecho a las costumbres ni al paisaje que le rodeaba.

El motivo por el que había venido a la ciudad fue personal. Si un día te atreves a preguntarle ella te contestará que fue una simple obligación personal. Penélope buscaba varios objetivos con este viaje: la experiencia de vivir en el extranjero, la necesidad de perfeccionar su idioma y una prueba para autoconvencerse de que había crecido y aprendido lo suficiente como para defenderse en la vida por ella misma.

Antes de realizar el viaje Penélope vivía con sus padres y tenía un puesto en una empresa dedicada a la venta de elementos decorativos de jardín, en la sección de ventas. La empresa nunca tuvo ningún problema con ella, pero Penélope si que se cansó de la empresa. Así que con las nociones que un antiguo novio le habia enseñado sobre la fotografía se planteó cambiar radicalmente de vida y abrirse nuevos caminos.

Penélope siempre pensó que aunque alguien no tenga un título sobre algo puede ser perfectamente igual o incluso superior a un titulado en el tema a comparar y por eso no se detuvo ante la desventaja que podría tener el no disponer de un título de fotografía.

Gracias a las fotografías de decoración de exteriores que presentaba como ejemplos en su antiguo trabajo se abrió paso poco a poco hacia las tomas de paisajes y después comenzó a fotografiar ciudades, espacios cerrados y objetos en planos cortos.

Ahora se había planteado realizar unas fotografias sobre una ciudad grande como Londres tanto en su arquitectura y monumentos como en sus pequeños detalles. La idea llegó cuando John, un antiguo compañero del último curso de instituto al que llamaban Juanito, le comentó si le apetecería trabajar en un estudio sobre las líneas de la arquitectura británica. John era de Brighton, llegó al instituto por medio de un intercambio y, aunque era un chico muy amigable, tras el paso de los años, solo conservaba una amiga de aquella época con la que hablaba regularmente, Penélope.

Penélope tenía previsto quedarse unos meses en Inglaterra junto a John para llevar a cabo el proyecto y aprender todo lo que queria conocer de las costumbres extranjeras.

Quizás el país gris por excelencia que le habían enseñado no tenía ninguna explicación para ella pues la vida en Inglaterra podría ser monótona si no te fijas en ella detenidamente, pues Penélope veía que Londres estaba llena de color en cada una de las fotografías que revelaba, y es que Penélope nunca negará que la vida solo es gris cuando te nieguas o tienes miedo a sacarle los colores.

26 de septiembre de 2005

Extracto

[...]Las muecas que pintaban sus caras eran, sin duda alguna, de la escuela del Greco. Perdidas miradas procedentes de largos rostros reflejaban un instante de incredulidad por la parte de los espectadores que estaban frente a mi. Parpadeé un momento, que para mí pareció eterno, y noté como aquellas caras ya no respondian al cuadro que había visto, ahora sentía el dolor de unas feroces miradas que lograban atravesarme de una forma agonicamente dolorosa. Inmovil por la situación recordé de una fugaz manera todos los detalles que habían causado este bochornoso desenlace. Involuntariamente estaba buscando una razón en cada fotograma del recuerdo para evitar que recayese en mi la culpa, al menos en parte, evitando así un castigo del que me acordaría de por vida, si es que esas miradas que me apuñalaban me dejaban con algo de ella. Noté como mi cara perdía todo el color conforme pasaba el tiempo. Segundos que parecían horas, minutos que probablemente no se habían cumplido todavía. Escapatoria, ninguna, pruebas contra mí, todas. Arrinconado parpadeaba en la esquina como intentando despertar de un mal sueño sintiendome vigilado en todo instante. Aquel despertar no llegaría nunca, lo sabía, buscaba engañarme, pero ni yo mismo me creía. Esta vez no, ya no.. todo se habia terminado, para siempre, mala suerte... o quizás debería decir por fin.

Pequeñas historias inexistentes
Jorge del Fresno