5 de junio de 2011

Vacaciones desfasadas


No miento si digo que trabajo durante 8 horas diarias entre semana delante de una pantalla de ordenador.

Pese a la limitada imaginación o excesiva incredulidad de algunos, a los que no debo explicaciones, yo también me quemo y necesito momentos en los que olvidarme de todo, pensar y sobre todo, dar rienda suelta a mis aficiones, que son muchísimas. Esto es algo de lo que me considero orgulloso.

Es por esto que decidí, porque sí, coger el coche un jueves santo e irme de vacaciones, pero no unas vacaciones típicas de semana santa, sino unas vacaciones desfasadas.  Y mi destino, que es el que tengo más a mano para desconectar, es un pueblecito de Galicia llamado Sanxenxo. Y allí me dirigí con mi coche. El plan era simple: Improvisar.

Solicité con un mes de antelación mis vacaciones en el trabajo:
- ¿Podría coger 5 días de vacaciones?
- ¿Cuándo?
- Pues en semana santa. Del 21 de abril al 2 de mayo
- ¿Qué días en concreto? Son unas fechas que pide mucha gente.
- La semana siguiente a semana santa.
- ¿Los cinco días?
- Sí.
- Ok, no hay problema. ¿Ya hiciste planes?
- No, todo sobre la marcha.

Se fueron acercando mis doce días de vacaciones, de los que sólo sabía mi destino y conocí los planes de mis padres para semana santa. Coincidiríamos en Sanxenxo los primeros días, que siempre es una buena noticia encontrarte con alguien al llegar y no tener que pasar directamente por el supermercado. Concidiríamos exáctamente una noche.

Por otro lado, ya en carretera, me crucé con mi prima, cada uno en su coche. ¡Ninguno sabíamos que el otro iba a ir esos días por Sanxenxo! Un mensaje rápido tras una parada para confirmar que era ella y mis planes se empezaban a formar. Me iba a encontrar a mis dos primas, sus tres primos y demás familia, y estarían allí desde el jueves hasta el lunes por la mañana. ¡Perfecto!

Nada más llegar, sobre las 6 de la tarde, subí mis maletas, saludé a mis padres y me bajé con el porta tablas al coche, para probar cómo se colocaba. Y de ahí, a ver el estado de las playas.



Un paseo hasta A lanzada, plagada de surferos, una visita rápida a Foxos, preciosa como siempre, a Montalvo, donde estaba mi profesor con sus dos golden retriever, Bali y Malúa, un paseito descalzo por Canelas, la playa donde intenté surfear algo del temporal en noviembre y donde me golpeé la cara con la tabla, y ya de vuelta a casa.

La sensación de llegar a casa después de comprobar las playas sin haberte metido en ellas tiene doble filo. Por un lado era la primera vez que las pisaba desde noviembre. Había planeado ir en diciembre, pero era imposible coordinar las fechas en mitad de todos los compromisos de navidad. Pero por el otro las predicciones mostraban unas buenas condiciones para el viernes, y me iba a desahogar agusto durante mis vacaciones.

Al día siguiente tormenta, que se fue calmando por la tarde. Así que avisé a mis padres, cargué la tabla en el coche y en el último momento se apuntaron venir a Foxos. Saqué la tabla, estiré y al mar con ella, mientras mis padres se quedaban al refugio de la lluvia en el coche. Me vino de perlas puesto que no me tuve que preocupar de las llaves del coche.

Volvía a vivir una de las situaciones que más me gustan. Sin móviles, sin ruidos, aislado en el mar de lo que ocurre en tierra y charlando con el otro surfista con el que compartía playa esa tarde. No soy el único raro de Madrid que conduce solo a Galicia a pasar unos días entre las olas.

De vuelta a casa, una ducha, un té, y a salir de fiesta por la noche, que los viernes prometen. Y prometió como también prometió la noche del sábado, en la que nos prometimos pasar el día del domingo tumbados en Silgar:

-Mañana, sin excepción, todos a Silgar a las 11:30. Comemos allí.
- Hecho! Tonto el último.

El domingo me dirigí a la playa a la 1 del mediodía, como hicieron todos, salvo uno que cumplió la palabra de llegar a las 11:30. El agua llamaba a los baños, y pasamos el día entre la toalla y el mar, empanadas, botellas de agua y alguna que otra resaca, que se iba diluyendo conforme pasaban las horas.

Unas cervezas de tranquis el domingo de despedida y a casa de nuevo. "Mañana es lunes", me dije, "Mañana terminan la semana santa para todo el mundo. Mañana empieza mi semana santa."


 

Y así empezó, ese mismo lunes, con un sol apasionante y una playa vacía. El único pero, las olas, nada para surfear, pero disfruté de la tarde nadando y leyendo en Foxos. Previamente bajé a tomar un tercio de estrella galicia a una terraza y, al ver a una chica con un portatil, me enteré de que había wifi. Cayeron algunos tweets y una visita a mi facebook para acordar el plan express del martes.

El martes por la mañana cogí el coche dirección Sada, para visitar a una amiga. Un par de horas más tarde después de salir, llegaba a Sada y me dirigí hacia su casa, perdiéndome incluso con GPS (Galicia es la Hitchcock española, experta en mantener el suspense) e intentando localizar donde estaban "Las casas azules de Meirás".

Visitamos sitios con los que me quedé alucinado, Sta Cristina de Oleiros y sobre todo Sta Cruz de Oleiros y terminamos viendo un poquito de Coruña antes de dejarla en su trabajo.

De vuelta hacia Pontevedrasurf que llevo en un foro, comentándome que se acercaría esa misma tarde a la lanzada a hacer skim (también llamado surf rompe tobillos, como muy bien experimentó hace poco). Plan al que decidí unirme nada más llegar, y en un primer intento de subirme a esa mini tablita, que nunca antes había probado, me marqué un vuelo sin motor realizando un giro de tonel a bastante velocidad sobre el que perdí el control nada más empezar a correr y que derivó en un choque de mi cadera contra la arena de forma bastante violenta. Esto me hizo pensar en ir con más calma las siguientes veces que lo cogí.

Como un pestañeo se levantó el miércoles. Mi sexto día de desconexión en Galicia. Si bien estaba por la mitad, parecía como si llevase un mes. Ni se me pasaba por la cabeza el trabajo, había estado disfrutando tanto lo que había hecho, que hasta sentía que me faltaba tiempo para hacer más cosas. Escribir por ejemplo.

El miércoles se levantó con un tiempo estupendo, como empezaba a ser habitual. No corría nada de aire, así que me preparaba para lo "peor", nada de olas. Por si acaso subí la tabla al coche, pero ni siquiera me preocupé de meter el neopreno. "Si hay algo es poco y el agua tampoco está mal de temperatura, así que para un rato corto da igual ir sin neopreno". Y acerté. Otra vez el mar plano, la tabla ni siquiera la bajé del coche. Pero esta vez me quedé hasta que se puso el sol.



La misma sensación de mar que tenía el miércoles se pasó al jueves. Y empezaba a cansarme tantos días sin poder subirme a la tabla. Esta vez bajé a la terraza de nuevo, pero con el portátil. Pedí mi estrella galicia y miré las predicciones de olas buscando alternativas. La cosa seguía sin pintar bien por la zona, no había buenas corrientes ni nada de viento a favor, pero al parecer el viernes sí que iba a haber algo más. Por si acaso, metí mis cosas en el coche, subí la tabla y me fui hacia La Lanzada.

En La Lanzada entraban muy flojas pero algo había. "Con estas condiciones entrará algo mejor en Foxos", me dije, y volví otro día más a mi playa favorita. Nada más llegar, una furgoneta que me resulta familiar y en la playa dos golden retriever que, al verme con la tabla bajo el brazo, me vienen a saludar. Eran Bali y Malua de nuevo, y en el mar, con un longboard, un tipo caminando hasta la punta de la tabla y vuelta para atrás. Esa misma tarde mi profesor, Pipo, también había escogido esta playa.

Aprovecho para hacer un poco de publicidad de la escuela donde me enseñaron los puntos básicos del surf:

Entré al agua con mi 7'2" y remé hasta ponerme cerca de la rompiente. Las olas eran bajitas y con poca velocidad, pero se podían coger, y el agua estaba mucho más caliente de lo habitual en esas playas. Allí eché la tarde, Pipo recogió al rato y yo me quedé en las olas con una chica del Grove que se metió animada al vernos en el agua.

En cuanto bajó la marea del todo dejé la tabla, pero tan estupenda temperatura merecía terminar el día allí, por lo que me quedé en la toalla y nadando.

A última hora apareció otra furgoneta, conducida por María, otra chica que vivía en Madrid y que aprovechaba pequeños puentes y vacaciones para practicar surf en Galicia. En solitario por supuesto. "Ya somos tres locos!!" pensé.


Como dije, el viernes pintaba bien y así fue. Bajé a la terraza de nuevo para preparar el plan del sábado y confirmar el estado de las playas. Volví a mi casa, comí y eché una pequeña siesta hasta las 5. El cielo estaba un pelín nublado, ya que, como viene siendo habitual, los fines de semana siempre se fastidian. Esta vez si que necesitaría el nepreno.

La Lanzada tenía unas olas perfectas, salvo el viento que era algo fuerte y dificultaba la remada pero, como siempre, la lanzada estaba llena de escuelas. 

Yo también soy muy novato. Casi no me levanto de la tabla. Pero no soporto tanta masificación, no me gusta arriesgarme a caer y la tabla siga una trayectoria que no puedo controlar pudiendo dar a alguien que tenga cerca. Y todos los novatos tenemos ese problema, necesitamos un espacio de seguridad. Un espacio para la seguridad de los demás, quiero decir, y más si mi tabla es de fibra, bastante dura.

Me decidí de nuevo por Foxos. Entraban bien y solamente eramos 2 personas, a la que se añadió una tercera después. Eché la tarde de nuevo, esta vez algo más solitario ya que al ser tan pocos cada uno estábamos en una zona. Terminé agotado de la remada pero con una buena sonrisa en la cara. Mis vacaciones se estaban arreglando, empezaron con el mar en calma y estaban terminando con días de surf. Ya no tenía la sensación que tenía el miercoles cuando veía que gastaba días de vacaciones y no los podía aprovechar en lo que realmente quería.

El sábado al mediodía volví a coger el coche, pero esta vez dirección Sada, de nuevo. Quería ver a toda la gente de allí. Algunos hacía años que no veía. Nos pasamos la tarde tomando cañas y después cenamos en casa de otro amigo de Madrid que subió ese fin de semana por un motivo familiar. Es una situación que disfruto muchísmo. Volver a encontrate con amigos despues de una larga temporada sin vernos y ponernos al día entre unas cervezas, continuando conversaciones como si ayer fuese el último día que os hubieseis visto.

Hice noche en Sada y por la mañana recogí las cosas para llegar a comer a Sanxenxo. 

Domingo, quién lo iba a decir, mi último día en Galicia antes de volver a Madrid. No había escrito nada, ni me había pasado por el ordenador ninguna foto, ni tantas otras cosas que me había planteado. No había tenido tiempo. Mis padres tuvieron una conversación con mi tío al principio de semana santa y mi tío pensó que 12 días en Sanxenxo solo iban a ser un aburrimiento. No lo fueron, en absoluto.

El tiempo en Sanxenxo por la tarde era nublado. El anticiclón que venía conmigo desde casi el principio de las vacaciones me daba la mano y se marchaba a la par que yo.

Sin mirar las predicciones volví a subir la tabla al coche, el neopreno que se hacía indispensable y puse rumbo a Foxos. 

Esta vez las olas venían con fuerza, remé con  ganas y me situé detrás de la rompiente. Charlé un poco con dos surfistas de la zona (uno de ellos, Mateo, francés, que trabajaba cerca de allí). Y conseguí ponerme de pie en 2 o 3 olas unos segundos. Un premio para mí.

Había llegado a esa playa a las 6 de la tarde. Eran las 9 y media de la noche cuando decidí salir del agua. Recogí todo, me quedé un rato mirando la playa y me volví hacia casa dejando atrás a algunos surfistas rezagados en la Lanzada.



Volveré. Volveré muchas veces, pero la última vez que vuelva será para quedarme.