30 de diciembre de 2011

Los cuentos no son historias de críos

Es cierto aquello de que la mayor parte del tiempo la gastamos imaginando qué vas a ser en un futuro, discurriendo cual será nuestra vida perfecta y cómo podemos llegar a ese punto, pese a ser consciente de que nada va a ocurrir tal y como lo planeas y menos a tan largo plazo.

Al llegar cierta edad, el futuro que te imaginabas dista mucho de lo que estás viviendo realmente, pero aún así, vives un momento que no cambiarías por nada. La mezcla entre suerte (buena y mala) e improvisación, te ha llevado a experimentar cosas que jamás habías esperado y dan como resultado el presente que respiras.

Sin embargo, algo te dice que no has hecho todo lo que te hubiese gustado hacer hasta el momento. Te arrepientes de no haber dado pasos que hubiesen enriquecido tu vida y descaradamente echas las culpas a las circunstancias de aquel momento.

Es por ello, que cuando tienes hijos, te empeñas en que a ellos no les pase lo mismo que a ti, que las decisiones que puedan y deseen tomar solamente dependan de ellos y no de su entorno. Pero son personas, como tú y como yo, y ellos son los protagonistas principales de sus vidas. Jamás deseaste que nadie manejase la tuya y, egoísta de ti, se te ha pasado por la cabeza dirigir las suyas.

Entonces es cuando aprendes que ellos hacen lo mismo que tú hiciste a su edad, y que no hay nada más bonito que ver como aquel muñeco que balanceabas en tus brazos intentando dormir hace años, es una persona que lucha por conseguir sus objetivos y se plantea nuevas metas.

Unas veces por envidia y otras por orgullo, terminas uniéndote a su ritmo, en la medida de lo posible, y te apuntas a terminar proyectos que dejaste a medias. Incluso, juntos, lográis superar malos momentos, como fue en mi caso la pérdida de la mujer de mi vida.

A mis 67 años reconocerás que tus hijos te han dado una buena lección y, desde la experiencia, te convencerás de que la vida no es más que una hilera de buenas sorpresas puesto que las malas no cupieron en el album de tus recuerdos. Y no precisamente porque te esforzaste en quemar aquellas fotos, sino porque lo que vino después hizo que esas fotos careciesen de importancia o simplemente se les fue yendo el color.

Cada día que pasa, y ya acumulo bastantes, me doy cuenta de que aún me quedan muchas páginas por escribir y que en un diario no puedes pasar una hoja en blanco.

Quién me iba a decir a mí que iba a ser hoy, peinando barbas de canas, cuando escribiese por primera vez sobre mis regalos de navidad, y en concreto, sobre el mejor regalo de navidad que me han hecho nunca. Y encima que éste iba a ser un regalo literario; Con lo que nos gusta que nos regalen libros, ¿verdad?

Como cada año, en época de navidad, desde nochebuena hasta reyes, reúno a mi familia en mi casa. Mi hijo, su mujer, mi nieta Sofía, el pequeño Raúl y mi braco. Montamos el belén y el árbol, decoramos la casa, nos contamos historias, nos gastamos bromas y disfrutamos uno por uno todas las tradiciones habidas y por haber.

Los niños se acuestan los primeros, mi hijo y mi nuera les siguen tímidamente y yo, el gran reserva de la casa, me quedo un rato en mi sillón, junto con Severus mirando a la chimenea.



Los pequeños pasos de Sofía avanzan por el pasillo hasta llegar a la puerta de mi salón y, avisado por Severus, me sorprendo y sonrío:
- Sofía, ¿no estabas acostada ya?
- Sí abuelo, pero no consigo dormir - miente mientras se quita las legañas - quizás si me cuentas un cuento...
- Ya, como todos los años, ¿verdad? Ven, sube y tapate un poco.

Y comencé:
- Ahora que me has dicho abuelo, me ha venido a la cabeza el cuento de la niña que vestía una capa de color rojo; la capa que más destacaba en aquel pueblo de la sierra y cuyo color chillón pronto acuñó el mote por el que se conocía a la pequeña...
- Caperucita Roja - interrumpió.
- Exacto.
- Abuelo, siempre me cuentas los mismos cuentos, déjame que por esta vez lo vaya contando yo.
- Adelante - respondí sorprendido.
- Caperucita roja. Una pequeña chica de mi edad, con una melena rubia perfectamente ordenada en dos trenzas que colgaban a cada lado de su cuello y con una pequeña afición a distraerse e interesarse por todo lo que cambiaba a su alrededor. Como aquel día que, avanzando por el camino del bosque, encontró un rastro de caramelos por el suelo.
- Pero ese cuento no es...
- Calla abuelo - me ordenó -. Una fila de caramelos de colores que se salían del camino, seguían entre las plantas, atravesaban la maleza hasta dar con una casa un tanto peculiar. Era una casa de ladrillos de chocolate y deliciosas tejas de azúcar. Caperucita no puedo evitar entrar para saber qué se escondía dentro, pero nada mas abrir la puerta, una jaula cayó sobre ella y se oyó una risa maligna resonar por toda la casa.
"Perfecto"- decía la bruja - "Tengo el ingrediente que me faltaba para poder hacer mi bizcocho de niño".
- Muy buena forma de pasar a Hansel y Grettel, jovencita.
- La bruja preparó todos los ingredientes, sin olvidar a caperucita, y los dispuso encima de la mesa. Pero en el momento en el que iba a encender el fuego, las paredes de caramelo comenzaron a temblar por la fuerza de un terrible viento que se había levantado de la nada. "Soplaré y soplaré", se oía desde fuera, "y de un soplido esta casa derribaré". Y acto seguido la casa se derrumbó sobre la bruja y sobre caperucita, que no sufrió ningún daño gracias a la jaula.

En este momento, mi pequeña nieta ya había logrado hacerme callar. Era yo el que escuchaba atentamente la historia, pese a saberlas todas.

- Caperucita tragó saliva - continuó -. No sabía qué era mejor, si terminar en el estómago de una bruja o de un lobo. 

El lobo sacó a la niña de su jaula agarrándola por la capucha y cuando tenía la boca abierta para comerse a caperucita de un bocado, sonó un golpe metálico que derrumbó en un instante al lobo cayendo caperucita al suelo de una forma bastante patosa.



"Levántese, levántese" - dijo una voz enfadada - "He visto chicas más hábiles, ¿de dónde viene usted?". "Vengo de la aldea, señor, me desvié del camino y acabé..."; "Ya veo donde ha acabado, jovencita, pero el problema que tenemos es el siguiente. Usted es una persona y nosotros somos enanos, y no podemos ser vistos por personas"; "Pues yo les he visto, señor, ¿cómo podría solucionarlo?";"Tendré que matarla";"¿No hay otra forma? ¿No podría olvidarlo?"; "Por supuesto que no, los humanos no son de fiar, pero creo que tengo la solución. Si usted viene a nuestra casa y me ayuda a poner algo de orden, podrá quedarse a vivir allí".

Viendo Caperucita que no le quedaba ninguna otra opción, se unió al grupo de seis enanitos.

- ¿Seis? - interrumpí indignado.
- ¡Ah no! ¡fíjate! si debajo de esta gran túnica está el séptimo. ¡Y mira que mono es! - corrigió Sofía con una sonrisa - "¿cómo te llamas?" preguntó Caperucita. "Mudito" le respondieron.

Tan pronto como llegaron a casa, todos, incluida caperucita, se fueron a dormir pues el día había sido intenso. Al día siguiente, Caperucita despertó al canto del gallo y se quedó sorprendida puesto que los siete enanitos ya no estaban en casa, se habían ido a trabajar.

"Qué descuidados"- pensó - "¡está todo por los suelos!". Tan pronto pensó el tiempo que tenía por delante hasta que volviesen los enanitos, se dispuso a recoger un poco la casa y encontró una lámpara de aceite. La frotó un poco, como en aquel cuento de las mil y una noches y esperó sin suerte a que saliese un genio.

"Ilusa" -sonrió de medio lado y dejó la lámpara en la estantería. "¿¿Ilusa?? un respeto, me llamo genio, caperucita". 

Rápidamente caperucita se giró y se sorprendió al ver a un señor vestido de árabe saliendo entre vapores de aquella minúscula lámpara. "¿De los que conceden deseos?". "Deseo, pequeña, uno solo, que estamos en crisis".



No pude evitar la risa tras lo que acababa de decir Sofía.

"Uno... pues... no se... me gustaría volver a la aldea, pero creo que les debo estar viva a los enanitos y no puedo irme de casa sin despedirme de ellos". "Entiendo" - exclamó el genio - "Si lo prefieres, puedes seguir mi sugerencia y escoger el deseo sorpresa". "¿Cómo funciona eso?". "Muy sencillo, te concedo un deseo que no sabes lo que es y que se cumplirá en un futuro". "¿cómo sé que se ha cumplido?, y ¿si no me gusta?". "¡Has dicho sí! ¡has dicho sí! apuntemos, una de sorpresa para caperucita. Nos veremos de nuevo, pequeña, adiós". Y con la misma velocidad, el genio volvió a entrar en la lámpara, sin dejar reaccionar a caperucita.

Años después, la noche después al cumpleaños de caperucita en el que cumplía la mayoría de edad, volvió a aparecer el genio de la lámpara. "Te diré el plan de la noche, caperucita. Vamos a vestirte de gala, iremos a palacio al baile que organiza el príncipe que le toque en este momento, ya he perdido la cuenta. Con la condición de que a las 12 esté usted de vuelta en casita lista para dormir como de costumbre." - dijo atropelladamente el genio - "¿Estamos? pues vamos, que no hay tiempo que perder".

Caperucita se guió por el genio y llegaron a palacio. Tras una generosa cena, comenzó el baile del príncipe con las invitadas. Allí estaban todas las jóvenes que aspiraban a conquistar al príncipe vestidas con sus mejores telas. Pero caperucita destacaba entre todas ellas, pues iba mágicamente vestida y todo el mundo sabe que la magia, supera a la realidad.

En el momento en el príncipe bailaba con caperucita y mientras sus miradas no se separaban ni un instante comenzaron a tocar las 12 campanadas y caperucita, sorprendida, huyó corriendo de palacio para poder cumplir con la condición que el genio le había impuesto.

En su huída, caperucita tropezó con unas raíces que asomaban en el suelo, con tan mala fortuna que se pinchó con unos espinos que le provocaron el sueño al instante.

A la mañana siguiente y de camino al trabajo los enanitos encontraron a caperucita en el bosque. Intentaron despertarla, pero caperucita había caído presa de un encantamiento del que no conocían la solución y creyéndola muerta, la introdujeron en una urna de cristal en un pequeño altar que construyeron al lado de la casa.

El príncipe no podía quitarse a caperucita de la cabeza y comenzó a buscarla por todos los rincones de cada una de las aldeas de su reino, sin llegar a encontrarla. 

De camino de vuelta a palacio, encontró una columna de humo que bien podía ser de una chimenea entre los árboles del bosque, recobró las esperanzas en un abrir y cerrar de ojos, hundió las espuelas de sus botas y corrió hacia la casa de los enanitos, encontrando la urna de cenicienta en el jardín.

Con lágrimas en los ojos, el príncipe abrió la urna y abrazó fuertemente a cenicienta, que se mantenía sin gesto ninguno. Retiró el cabello de sus mejillas y la besó. 

Fue en ese preciso instante y en el que cenicienta despertó con asombro y al mirar sus manos descubrió que una rana saltaba sobre ellas.

- ¿Cómo? ¿una rana? pero... ¿el príncipe se convirtió en rana? ¿Ese cuento no era así, no?
- Ese cuento, abuelo, es otra historia que te contaré otro día.
- ¿Y así me dejas? - respondí con una mezcla de asombro y enfado con tinte infantil.
- Buenas noches - me contestó Sofía con un beso. Y marchó a su habitación tan sigilosamente como había venido.