20 de enero de 2014

Soy un trabajador de la vieja escuela, caballero

Tal y como dije en mi última sesión de terapia: "Soy un trabajador de la vieja escuela, caballero".
Quizás me dejé llevar por la comodidad de aquél elegante sofá rojizo, con su correspondiente cojín a juego en uno de los extremos sobre el que, contra toda norma de educación y protocolo, me permití apoyar la cabeza.

 - Buenos días, ¿qué tal esta semana? - Saludó mi psicólogo.
- Desde hace aproximadamente un minuto ha experimentado una cuantiosa mejoría, aunque tengo alguna pregunta que hacerle desde la última sesión, ¿puedo?
- Por favor, adelante.
- Este sofá... dígame, este sofá, ¿donde lo adquirió?, ¿es de pluma? es excepcionalmente cómodo.
- Desconozco su origen en concreto, encargué la elección de un sofá cómodo dentro de un presupuesto limitado, claro está, que facilitase la relajación de mis pacientes, indispensable para un buen diagnóstico y seguimiento. ¿Ha notado algún cambio con lo que respecta a su comportamiento en esta última semana?
- Mírelo, aquí lo indica, IKEA. Un buen sofá siempre lleva una etiqueta en reconocimiento de su fabricante. I.K.E.A., posiblemente iniciales de algún nombre, vaya usted a saber, pero lo cierto es que no existen muchos apellidos que comiencen por K en este país, ¿verdad? Más bien apostaría por algo centro europeo, Alemania, tal vez Austria...
- Suecia
- Lamento decirle que Suecia actualmente no se encuentra en el centro de Europa, sino en el norte del continente y jamás se movió de allí.
- No, quiero decir que IKEA es una empresa sueca, bastante reconocida.
- Entiendo. Reconocida ha de ser; tal perfección sólo se logra con una amplia experiencia en el manejo de la madera, la pluma y la tela. Un buen diseño y un montaje no nacen de un día para otro. Esta calidad se paga.
- No lo discuto, aunque difiero en su opinión acerca de la construcción de dicho mueble.
- Créame, sé reconocer un asiento de calidad y este es uno de ellos.
- Dicho esto, hablemos de su última semana, las novedades desde la última sesión.
- ¡Se lo compro! ¿Cuánto pide por él?
- ¿Cómo?
- Le preparo una oferta, dígame un precio inicial.
- Oh, por favor, no se preocupe, estos muebles se fabrican en serie, hay cientos de sofás iguales a este. Le puedo facilitar la dirección del almacén IKEA más cercano a su casa.
- Entre usted y yo, pese al exceso de publicidad con la que se taladra al ciudadano a diario, sigue habiendo gente que no se deja engañar. No se hacen dos sofás iguales, de la misma forma que no se hacen dos Stradivarius idénticos. Usted ya tiene una edad, similar a la mía observando sus canas, y podría afirmar pertenece al mismo grupo de gente que yo.
- ¿A qué se refiere concretamente?
- Soy un trabajador de la vieja escuela, caballero, al igual que usted. Nos importa un trabajo bien hecho, nos fijamos en los detalles y nos volcamos en obtener un resultado excelente y único. ¿No es usted de éstos?
- Sí, claro.
- Entonces dígame, ¿por cuánto estima usted que podría vender este sofá?

Allí se quedó el sofá, en mitad de la consulta. Se me heló la sangre cuando estimó su precio original en unos pocos cientos de euros e hice muestra de mi carácter reaccionando ante lo que consideré, descaradamente, una falta de respeto hacia un fabricante con reputación y fama internacional. Como entenderéis, no he vuelto a pisar la consulta de este señor; si subestima de esta manera a personas de fama mundial es evidente que hace lo mismo con sus pacientes.

Llevo ya unas semanas ejercitándome mentalmente por mi cuenta para combatir aquel estancamiento del recién jubilado que me obligó a consultar a numerosos especialistas (y rechazarlos a todos). Para ello leo diariamente los tres periódicos principales de las distintas tendencias políticas, resuelvo metódicamente los pasatiempos que se publican en los mismos: a las once de la mañana, durante el café, las sopas de letras. Tras la comida, las palabras cruzadas. Y por último, durante mi merienda, los sudokus.

Además de la práctica de lectura diaria y los pasatiempos, completo mi tiempo con diversas series, normalmente de suspense, que elegía por el método de elección tan famoso por antiguo como por aleatorio: ensayo y error.

En este aspecto, he de reconocer que no siempre acierto con lo que escojo, como fue el caso de la serie Superagente 86. La carátula del pack de vídeos mostraba a un señor vestido de traje sosteniendo una pistola con una expresión a medio camino entre la seriedad y la sorpresa, que bien podría pertenecer a un fotograma de las famosas historias de Ian Fleming. Nada mas lejos de la realidad. Hombre de métodos, aquello que empiezo lo acabo, por lo que tuve que enfrentarme a una sucesión de 135 episodios, 5 temporadas de pura comedia sin apenas pinceladas de mi ansiado suspense.

Decepcionado pero sonriente a partir de entonces busqué productos que se adaptasen a mis gustos basados en grandes plumas como Sir Arthur Conan Doyle. Fue cuando encontré la adaptación Sherlock de la BBC.


Más que satisfecho con la misma, mis sentidos se agudizaron siguiendo los mismos patrones que sigue Benedic Cumberbatch*. Me daba cuenta poco a poco que cada vez que leía el periódico, mi visión practicaba una especie de zoom hacia la gramática utilizada que me daba información sobre la actitud del redactor, su estado de ánimo e incluso su país de origen.

Como todas las tardes, me senté en la cafetería de mi barrio a tomar un Earl Grey con leche. "A 90 grados, como siempre" - le recordé al camarero, que asintió con una ligera sonrisa lateral.Y desplegué mi periódico para completar el sudoku.

Algo en los tres últimos días estaba fallando, esos sudokus no eran correctos. Por algún motivo que se me escapaba siempre había alguna línea en la que se repetía un número. Empecé a pensar que esto era una señal. "Quien diseña estos pasatiempos está intentando llamar la atención, pero, ¿por qué?". Y lo que es más raro aún, no reconoce los errores en la fe de erratas, es una señal que pasa casi desapercibida.

- Eso es un cinco, no un dos. - Me informó el camarero mientras me servía el té.
- ¿Perdón?
- El número de esa casilla, es un cinco, no un dos. Se ha equivocado.
- Oh, vaya, a ver...
- Ya hay un cinco en ese cuadrado, por lo tanto solo le queda una opción.
- Tienes razón.
- Lo siento, le he fastidiado el entretenimiento.
- No no, en absoluto, no te preocupes. - respondí con ironía.

El café seguía a 90 grados y se me había agotado la fuente de diversión, por lo que miré alrededor. Cuatro mesas más ocupadas y una pareja que recogía para marcharse. "No van a tener una buena tarde"- pensé. "Está claro, unas caras bastante serias, y además no han dejado apenas propina. Unas monedas de cobre a juzgar por el sonido contra el mármol de la mesa.

Al lado un joven, de alrededor de los 30 años, escribiendo notas en un cuadernillo de estos.. ¿como se llaman? Moleskite o molesnike o algo así. Rubio y de piel clara, algo poco común en Madrid. Será extranjero, quizás sueco, como el sofá aunque todavía no lo puedo confirmar. ¿Y para qué confirmarlo? no es tan interesante de donde es, se reconoce bastante fácilmente que, con la rapidez con la que se mueve el bolígrafo, está escribiendo en su lengua materna, sobre, por ejemplo, Madrid.


Rápidamente noté una escena de amor en la mesa opuesta al joven. Estaban sentados uno al lado del otro, lo que significa que la relación está consolidada. Las parejas que se empiezan a conocer no se sientan tan cerca, se suelen sentar uno frente al otro para estudiarse y cuando crece la complicidad, instintivamente, se acercan para compartir. Son pequeñas pistas que apenas se perciben.

Ella es mucho más joven, un hecho cada vez más típico. Viendo la ropa que lleva él, bien vestido con camisa y pantalones con pinzas, intenta dar una imagen más joven, quizás para intentar disminuir la diferencia de edad con su pareja, pero créeme, querido amigo, las apariencias no lo son todo. Esas minúsculas gafas de vista cansada que reposan al lado de la carta juegan en tu contra.

Por otro lado he de reconocer que la chica es bastante guapa. ¿Enamorada? No, imposible. Sigue siendo una chica joven, de veintipocos años, sabe que no es la edad para comprometerse con una relación estable. Vestido atrevido, sabe como venderse y esta vez ha conseguido cazar a un buen hombre, con dinero como demuestra ese brillante reloj de su muñeca.

Inquientante, verdaderamente inquietante. ¡Vaya! ¡el señor sale a fumar! Aprovechemos."

- Buenas tardes
- Buenas tardes
- Perdone, ¿tiene un cigarro? acabo de pagar la cuenta y la máquina no acepta tarjeta y...
- Oh sí sí, tenga.
- Muchas gracias, ¿fuego? me lo he dejado todo en casa.
- Aquí tiene...

Como no fumador me costó mucho más de lo habitual encender el cigarro, provocándome una pequeña reacción de toses consecutivas.

- ¿Está bien? - Si, no se preocupe - respondí a duras penas.
- No fuma usted a menudo, ¿verdad?
- A diario. - Respondí tajante para no levantar sospechas - Desde que murió mi esposa practico a diario, aunque no acostumbro a fumar tabaco... tabaco... ¿de que tipo es este tabaco?
- Rubio
- Rubio, ya decía yo, cuánta diferencia con el que fumo.
- El negro es mucho más fuerte.
- Una vez que el cuerpo se acostumbra no quiere otra cosa. Ya no somos jóvenes.
- Juventud, quién la tuviese.
- ¿Ha estado usted casado? - Pregunté descaradamente.
- ¿Perdón? Sí, sí, hace ya tanto que me casé que podría decir que ni me acuerdo - contestó sorprendido mostrando el anillo.
- Ese día, para bien o para mal nunca se olvida. Vuelvo dentro - dije aplastando contra el suelo aquel cilindro de papel llamado excusa.

Volví a sentarme en mi silla para confimar las sospechas que me tenían en vilo. La muchacha le recibió con una sonrisa dejando el móvil a un lado, se sucedían los guiños y las muestras de cariño. El roce de las manos intentando ser casual, palabras que coloreaban mejillas no permitían que hubiese lugar a duda.


Molesto por este despropósito escalado y con un enfado potenciado ligeramente por la baja temperatura de mi infusión me levanté con decisión del asiento y me acerqué a la mesa de los dos tortolitos.

- Caballero, señorita, entiendo que soy causante de un profundo malestar acercándome de esta manera a su mesa. No obstante, mi aparición la considero justificada por el grave error y falta de ética que se está llevando a cabo desde hace 45 minutos en este lugar. Siendo ustedes los protagonistas del bochornoso espectáculo de pareja con su actitud no solo se están desprestigiando ustedes mismos, si es que les queda algo de buena reputación, sino que están mostrando una imagen incorrecta a aquel joven extranjero sentado enfrente de ustedes y que toma notas en su agenda sobre su viaje a Madrid.
- Oiga, de extranjero nada que me he criado en Móstoles. - Me corrigió desde el fondo.
- ¿Pero de qué está hablando? - preguntó la víctima - ¿Se ha vuelto usted loco?
- Respuesta alterada - observé sonriendo - Tan típica de las personas que se sienten culpables... ¡Señores! aquí tienen ustedes un nuevo caso de algo cada vez más común en nuestra sociedad. Fíjense bien, él, ya con cierta edad, una vida estable y pudiente, cansado de su esposa busca alternativas más jóvenes y divertidas. Por otro lado ella, cansada de los chicos de su edad a los que aparta por ser "todavía unos críos", busca una persona que pueda costear sus caprichos, evitando la necesidad de esforzarse para conseguir objetivos a corto plazo, sintiéndose como una mujer al estar rodeada de gente que supera ampliamente su edad pero sin abandonar su niñez al sentirse protegida por alguien que podría ser, sin lugar a dudas...
- Su padre. - Me interrumpió ofendido.
- ¡Exacto!
- Usted no sabe quien soy yo, detective de pacotilla.
- Se equivoca, acaba de ser usted retratado. No solo sé perfectamente quien es usted, sino que ahora mismo todo el establecimiento lo sabe.
- Ha intentado escalar el Everest con chanclas. Soy el dueño del establecimiento donde usted está montando esta farsa, y esta señorita llena la mayor parte de mi corazón, su única deducción correcta, puesto que es mi hija. Por favor, abandone mi local.

Cerrada la investigación abandoné la cafetería. Me había dejado un cabo sin explorar, pero a mi favor diré que padre e hija no compartían ningún rasgo por lo que, gracias a dios, la niña había heredado todo de la madre.

"De la madre o del padre... " - se me iluminó la cabeza - "porque estoy seguro de que él no es el padre."

Lo investigaré.

*Benedic Cumberbatch da vida a Sherlock Holmes en la serie Sherlock emitida por la BBC.
*Las imágenes han sido extraidas de Pinterest.