2 de julio de 2014

Lecciones de La Habana

Son ya más de treinta años paseándome por este mundo poniendo un pié delante del otro y mirando lo que me rodea, viviendo historias, creándolas y algunas olvidándolas pero sobretodo recogiendo información de lo que pasa a mi alrededor e intentando quedarme con la mayor cantidad de conocimientos posibles.

Hace ya nueve años que aterrizamos un grupo de cuarenta universitarios en el aeropuerto José Martí de La Habana, en torno a las diez de la noche. Recogimos las maletas y nos dirigimos hacia el autobús que habíamos contratado para llegar hasta el hotel, delante del malecón.


Llegamos sobre las 12 de la noche y, tras dejar los equipajes en las habitaciones, bajamos unos pocos en busca de algún sitio para cenar, por lo que preguntamos a unos chicos cubanos que esperaban en la puerta del hotel a turistas para guiarles por La Habana de noche a cambio de unas monedas.

Tras pensar que a esas horas en pocos sitios podríamos cenar, a uno de ellos se le ocurrió que podía llevarnos callejeando a la casa de otro amigo suyo que hacía pizzas todas las noches, pero estas pizzas sólo las hacía para la gente del barrio. Aún así decidimos probar, por lo que nos dirigió hacia allá.

Las calles eran oscuras, apenas un farol cada dos manzanas dejaba ver un poco del asfalto y en alguna esquina, en solitario, aparecía algún paisano que miraba fijamente a nuestro grupo. "Van conmigo" - repetía nuestro guía, y estos saludaban con la mano y apartaban la mirada.

Llegamos a una ventana a pie de calle, donde nuestro guía se detuvo y le preguntó si podría hacernos unas pizzas y el precio. Tras negociar nos lo comunicó: "Son pizzas de queso, solo queso y masa. El precio sería un peso convertible*". Obviamente accedimos.

Esperamos sentados en la acera y cuando las recibimos las pagamos, un peso convertible por cada una de ellas, como habíamos entendido, sin embargo a lo que se referían era a un peso convertible por todas ellas. Nos negamos en rotundo y les pagamos un peso convertible por cada una tal y como habíamos decidido y aquel grupo de amigos cubanos nos invitó a entrar en una de las casas para no cenar en la calle.

Aceptamos la invitación, sentados en tres sofás con varias décadas de vida encendieron una radio mientras se ponían a bailar entre ellos y minutos mas tarde una chica bajó por las escaleras de la casa invitándonos a subir arriba con ella si a alguno nos apetecía.


 Tras terminar las pizzas nos despedimos de ellos y nuestro guía nos acompañó de nuevo hasta la puerta del hotel. Mantuvimos contacto con ellos durante toda nuestra estancia en La Habana, bebiendo ron en el malecón la última noche e intercambiando opiniones, en su mayoría políticas, sobre España y La Habana.

Esta es únicamente una de las muchas aventuras que nos ocurrieron en un viaje de tres días de duración a la Habana y cuatro días en Varadero, el estándar de viaje de fin de carrera. Sin embargo, a mis 21 años me llevé de ese viaje más que un recuerdo, una lección, que provocó que cambiase de manera radical la forma de ver a las personas, entender la vida como una recopilación de anécdotas, a dejar de considerar los objetivos como inalcanzables y la necesidad de seguir conociendo con el paso del tiempo el porqué de algunos comportamientos humanos.

*En Cuba se manejan dos monedas oficiales, los pesos cubanos y los pesos convertibles. Los pesos cubanos son la moneda que utilizan los cubanos y los pesos convertibles son monedas creadas para el turismo que guardan la paridad con el dólar. En 2005 un peso convertible equivalía a 25 pesos cubanos. En 2013 se ha anunciado la unificación de la moneda.