21 de enero de 2013

Magia en el Palacio de Cristal


En multitud de ocasiones me he sentido perdido dentro de las distintas, e increíblemente dispares, definiciones del concepto de arte. Perdición que, sin llegar al extremo del desprecio, sí que me han llevado a ignorar parte de los conceptos colgados de escarpias o que se sostienen sobre peanas que se balancean en una etérea línea de separación entre obra maestra y tomadura de pelo.

Me atrevo a decir en mi defensa que esta forma de pensar no es exclusivamente mía sino que se extiende a varias personas más allá de mi entorno, lo que en las redes sociales se puede llegar a denominar amigos de amigos. Es más, usando como argumento la teoría de los tres saltos para generalizar, podríamos concluir que todo el mundo piensa como yo.

O pensaba.

Tras un paseo por el centro de Madrid y visitar una de las terrazas más míticas de la capital, la del Círculo de Bellas Artes, enfoqué mi rumbo en la mejor de las compañías hacia el Parque del Buen Retiro para seguir haciendo fotos.

Ya dentro de nuestro objetivo, nos desviamos hacia el Palacio de Cristal, pero esta vez lo que antes veía como una masa de estructura metálica y transparentes paredes de vidrio, ahora se tornó en un conjunto de sensaciones gracias a lo que podríamos llamar, como bien dije antes, una tomadura de pelo o una obra maestra.

Bien es conocida la función del Palacio de Cristal como edificio para albergar exposiciones itinerantes de expresiones de autor de distinta naturaleza. Entre las diferentes que he llegado a ver, siempre desde fuera gracias a la transparencia de sus paredes, ha habido fotografía, escultura e incluso exposiciones de bonsais o plantas exóticas.

No obstante la actual ha supuesto en mí un cambio radical de perspectiva que procedo a describir con el máximo lujo de detalles que sea capaz.

Entrando por la puerta principal se alzaban en el centro del edificio un conjunto de columnas jónicas estratégicamente situadas a lo ancho de la sala para sostener el peso del conjunto puesto que, obviamente, si dejamos que sea el vidrio el principal apoyo del conjunto, en ese preciso momento no estaríamos dentro de él sino sobre los restos del mismo, desastre de tal magnitud que se escapa a mi limitada imaginación. No obstante, para evitar tan magna pesadilla no insistimos en tal descabellada idea y nos servimos del buen hacer de la poderosa y perezosa inercia que ayudó al Palacio de Cristal a conservar su estado y posición.


Las columnas se encontraban curiosamente unidas por un hilo de cocina. Este hilo, de textura tan similar al esparto que podría incluso estar hecho de este material, se extendía rodeando como si fuera un ovillo los nervios centrales del Palacio.

"Arte, no digas nada" - Me susurré al oído pidiendo ese momento de silencio tan característico de todo museo y sala de exposiciones.- "Si lo piden, es por algo."

En medio de aquella inmensidad vino a mi cabeza una de las características que me habían descrito para definir la palabra arte hace años. Venía a decir que el arte ha de incluir una comunicación sensorial (en cualquiera de sus formas: olfativo, gustativo, auditivo, visual e incluso tacto) capaz de provocar diversas consecuencias en el espectador, como por ejemplo alegría, soledad, frío, compañía, ilusión, decepción.... asco.



Me acerqué al cordón, lo miré de cerca y empecé a buscar adjetivos para describirlo. El hilo estaba tenso y era fino, se distribuía de forma caótica entre las columnas pero a su vez dividía el área en dos espacios, la parte central y la parte externa. Conforme te alejabas del hilo apenas lo podías percibir, viendo a través de esta barrera; sin embargo al acercarte te impedía alcanzar o acceder al centro del recinto.

Tal y como defendía Aristóteles, la virtud está en el medio, justo en el espacio prohibido por este cordón. ¿Qué podría estar pensando el artista en ese momento? Te deja ver pero no tocar, como si fuese un niño pequeño en una tienda de figuritas de porcelana, pero ¿para qué?

En los tiempos que corren es bastante usual dejar que el espectador piense, de vueltas y saque sus propias conclusiones de lo que ve, toca y en definitiva siente. El autor de esta obra lo estaba consiguiendo, sinceramente. Me tenía atrapado sin atarme a su obra, era libre de irme, la puerta estaba abierta, pero algo me mantenía ahí dentro.

Encontrar un espacio tan grande totalmente vacío, que no puedes acceder al centro, aunque lo ves y por alguna circunstancia que se te escapa no encuentras razón alguna, te frustras. Arte, maldito arte, siempre tan confuso.


Me vuelvo a alejar, intento encontrar algún tipo de truco a esta obra. Alguien me ha retado a resolver un puzzle del que soy incapaz de encontrar las fichas. No es una sensación de bloqueo en un proceso de acciones, es una sensación de no saber por dónde empezar.

- "Alucinante" - fue lo único que se me vino a la cabeza. - "Sencillo y alucinante. Un hilo y un par de nudos, puede significar todo esto. Puro espectáculo, ¡Magia!".

Unos dedos golpearon suavemente mi hombro y desvié mi atención. "Mira" - me dijo enseñándome un papel que rezaba que la exposición había sido suspendida por una rotura en los cristales del tejado.

Alcé mi vista, moví mi objetivo y capturé las pruebas.


No es una obra de arte, simplemente es un cordón de seguridad. La magia se evapora de repente y se fuga a través de los cristales, nunca estuvo ahí, pero yo la vi. Es, en definitiva, magia, que hace lo que quiere cuando quiere y tú no te puedes escapar.