26 de septiembre de 2005

Extracto

[...]Las muecas que pintaban sus caras eran, sin duda alguna, de la escuela del Greco. Perdidas miradas procedentes de largos rostros reflejaban un instante de incredulidad por la parte de los espectadores que estaban frente a mi. Parpadeé un momento, que para mí pareció eterno, y noté como aquellas caras ya no respondian al cuadro que había visto, ahora sentía el dolor de unas feroces miradas que lograban atravesarme de una forma agonicamente dolorosa. Inmovil por la situación recordé de una fugaz manera todos los detalles que habían causado este bochornoso desenlace. Involuntariamente estaba buscando una razón en cada fotograma del recuerdo para evitar que recayese en mi la culpa, al menos en parte, evitando así un castigo del que me acordaría de por vida, si es que esas miradas que me apuñalaban me dejaban con algo de ella. Noté como mi cara perdía todo el color conforme pasaba el tiempo. Segundos que parecían horas, minutos que probablemente no se habían cumplido todavía. Escapatoria, ninguna, pruebas contra mí, todas. Arrinconado parpadeaba en la esquina como intentando despertar de un mal sueño sintiendome vigilado en todo instante. Aquel despertar no llegaría nunca, lo sabía, buscaba engañarme, pero ni yo mismo me creía. Esta vez no, ya no.. todo se habia terminado, para siempre, mala suerte... o quizás debería decir por fin.

Pequeñas historias inexistentes
Jorge del Fresno

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Puess aqui esta el comentario que te prometi hace..muchos dias, en vez de ponertelo en el otro blog, pues estreno este y ya esta. Bueno no se que quieres que te ponga que no te hayan puesto ya, que me gusta bastante y que escribas mas cosas, diferentes o sigue escribiendo a partir de este tipo novela por entregas jaja. Creo que estaria bien una reflexion sobre el cesped de tu universidad, vuestra parte no esta bien tratada....saludos impares

Anónimo dijo...

Distraida volaba la mirada de aquel, que como tantos otros, se convirtió en testigo. Atrapado en una conversación sin fin y de olvidado comienzo estaba mi mente... pocos detalles precedentes a lo acontecido puedo recordar. Lo que en un principio era una sala abarrotada de gente en pequeños corros, tornó con fugaz estrépito en una tormenta de miradas que se clavaron fijamente en el mismo punto. Acusado sin vacilación por justiciosos rostros quedaba la silueta de aquel que permaneció inmovil a la espera de no se sabe qué, pero que de todas maneras no llegó.
Aún debe estar meditando sobre ello, tal vez arrepentido, o más bien incapaz de explicarse del motivo que le empujó a llegar hasta ese extremo... aunque las consecuencias están por desvelarse.
El mayor misterio sobre una persona es su mente, sobre todo para ella misma.