26 de enero de 2010

Un minuto en una mañana cualquiera

6:59:00 AM. El despertador de Adriana no paraba de temblar segundo a segundo ante la inminente llegada de las siete en punto. Todas las mañanas a esa hora se disparaban dos campanillas situadas justo encima de su cabeza, veía como lentamente la mano de Adriana se elevaba justo enfrente de él y se lanzaba contra su metálica frente, con la suficiente fuerza como para parar de golpe el timbre y aumentar exponencialmente su dolor de cabeza.

Ajeno al nerviosismo del despertador de Adriana, dos pisos más abajo y tres ventanas a la derecha, Wallace, el gato de Ricardo, se miraba en la ventana de la salita y apoyaba intermitentemente su garra derecha en el frío cristal pretendiendo tocar al gato que tímidamente se reflejaba al otro lado del cristal, desconociendo que se trataba de si mismo. Las cortinas se mecían al compás de su pata, pero eso es algo que a Wallace, sin embargo, no le merecía ningún mínimo interés.

(foto extraída de Deviantart)

Por el contrario, una pequeña paloma se acurrucaba en la rama que se elevaba justo delante de la ventana gobernada Wallace manteniendo su ojo fijo en el vaivén de la tela blanca. Conociendo su propia inseguridad, convenía estudiar cualquier peligro por pequeño que fuese. Con sigilo ahuecó un poco más sus plumas y juntó sus patas, pero este pequeño movimiento no impidió que una parte de la nieve que la acompaña se precipitase al vacío.

Quiso el tiempo que en ese preciso momento, pasasen trotando el cachorro Moy, su madre Kina y el dueño de ambos Daniel, al que le cayó la nieve sobre el hombro. Con un par de golpes Daniel se libró de la nieve que tenía por hombrera y continuó su footing matutino sin darle la menor importancia, mientras Kina le acompañaba a su lado vigilando a Moy que saltaba entre la nieve siguiendo un orden caótico que solamente tenía sentido en su cabeza. O no.

(Foto extraída de: Pixdaus)

Algo más ordenadas eran las huellas que dejaba Carmela justo enfrente, que recogía los periódicos que habían dejado a la puerta de su kiosco para poder venderlos desde primera hora de la mañana. Hoy tenía más trabajo, había que intentar limpiar el suelo de hielo para evitar resbalones de los clientes. Esto hizo que Carmela no pudiese dormir como cualquier noche, sino varios minutos menos.

Aún así, ese tiempo no era en absoluto comparable con los que había dejado de dormir Fer, que sufría el jet lag de las rupturas. La noche anterior su novia acababa de dejarle tras una discusión que ahora mismo comenzaba a calificar como absurda y sin sentido mientras terminaba el enésimo cigarro de la noche. Con el humo trataba de eliminar esas estrellas que aún gobernaban el cielo y que tantos sueños oxidados recogían de cuando aún tenía pareja, intentando, sin éxito, borrarlos de su mente.

En la habitación de al lado, su compañera de piso, Adriana, continuaba durmiendo ajena a la tristeza de Fer. Adriana reposaba enredada entre las sábanas aprovechando los últimos segundos y abrazando el peluche que su novio le había regalado la semana anterior por su aniversario. "Ojalá nieve mañana", repetía en su sueño Adriana justo cuando su despertador, tiritando, marcaba las 6:59:59 AM.

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