9 de abril de 2010

Historias de universidad: Reno embolao

Mucha gente cuenta que la mejor época de su vida es la de estudiante, y dentro de la vida de estudiante, la universidad es la crema de la crema. Para no caer en la redundancia podríamos decir que es la crema de la pomada.

Estoy totalmente de acuerdo. La universidad es algo distinto, y la mayoría de las malas opiniones sobre los universitarios son deliciosamente ciertas. Lo que es un ejemplo de vaguería o sinvergüencería para el mundo exterior es una muestra de envidia hacia los universitarios por nuestra parte, algo digno de ignorar.

Si bien mi grupo de amigos no era un grupo modelo (la bloggera Lhotse puede dar fe de ello), tampoco podemos tacharnos de fracaso. Entramos todos en el "tiempo medio de finalización de la carrera". Los que más pronto lo hicieron terminaron en 4 años, los más lentos, 6 años, y viendo nuestras costumbres, más que fracaso debería llamarse éxito o milagro.

(Entenderemos por cesped todas las zonas verdes de este plano, aunque muchas eran rastrojos)

Anécdotas de césped, cafetería, asociación de alumnos, laboratorios, biblioteca, salas de estudio, ... de las que te hacen pensar: "Creo que nos hemos pasado..... ¿y lo que nos hemos reído?". Sobre todo cuando algún profesor tenía cargos de conciencia por su primer expulsado de clase en 15 años.

Anónimamente os contaré una historia de las más recordadas cuando quedamos de birras.

Aunque a nadie le interese.

Corría el 2005, cursábamos cuarto curso (y último para algunos) y estábamos en clase de una asignatura troncal como es Sistemas Informáticos I, algo extraño, ya que, tras pasarnos las mañanas leyendo el periódico y haciendo prácticas, era usual que fuésemos a comer al Plaza Norte 2 y volviésemos a los laboratorios con unos huevos kinder y una tarrina de helado a seguir haciendo prácticas. O quedarnos en el cine a ver una película de 4 a 6, con la sala para nosotros.

Este día rompimos la rutina, pasamos de hacer prácticas, comimos antes y llegamos a clase con nuestros huevos kinder. Los montamos y en uno de ellos nos apareció un bicho que tiraba de un carro y con unos cuernos muy aparentes. No, no era la novia de nadie, era un reno.


Ante la expectación que causó esta criatura en las manos del sortudo comensal del huevo kinder, se empezaron a crear envidias a su alrededor.

Tradiciones de la tauromaquia cayeron sobre él, inexplicáblemente, ante la pavorosa mirada de su dueño que gritaba en voz baja: "¡¡¡Mi reno!!!, ¡¡¡mi reno!!!". Banderillas, estoques, montajes fotográficos con el móvil mientras en la pizarra se formaba un croquis de relaciones entre tablas de bases de datos que nadie era capaz de seguir.

Y como culmen del sacrificio, una costumbre española bien espectacular y salvaje como es el "toro embolao", el "reno embolao" en este caso.

Un par de papelitos atados en los cuernos para formar llama, un mechero para comenzar la "cremà" (de nuevo, "pomadà" para los que no estén familiarizados con las fallas) y los cuernos a arder a la primera de cambio. Fallaba algo, el reno no se movía con la soltura que lo haría un toro.


Expentantes ante la reacción del reno, parcialmente derretido, éste se manifestó provocando una humareda y un olor enrabietado y pegajoso que no dejó indiferente a nadie, ni siquiera al profesor/a (demos lugar a la imaginación) que nos preguntó: "¿Qué hacéis?"

- "Ahora lo apagamos" - contestamos. Y soplamos con la seriedad que nos caracteriza para seguir atentos a aquel enjambre de líneas y cuadrados que se suponía que almacenaban información.

Aunque a nadie le interesase.

1 comentario:

Lhotse dijo...

Bueno, en esa facultad nadie era modelo de nada...eramos todos una panda frikis!! :-)

Mmm que ricos esos momentos de cesped al solecito por las tardes autónomas! gracias por recordarlo!