16 de mayo de 2012

Perú (Abril 2012) Tercera Parte

Sonó el despertador a la hora habitual, seis de la mañana.

Hicimos las maletas y nos bajamos a desayunar mientras llegaba nuestro guía , Willy para acercarnos de nuevo al aeropuerto con destino Lima. Obviamente aprovechamos este desayuno para tomarnos la última infusión de hojas de coca y nos pusimos en marcha al aeropuerto con un sentimiento a mitad de camino entre pena por dejar tantas cosas sin ver y de satisfacción por haber aprendido tanto y sobre todo de tantos en apenas 48 horas.

En este tipo de viajes aprendes en dos sentidos:  arte e historia por un lado y el lado humano por otro, el tipo de vida de la gente y lo que necesitan para sonreir. Os aseguro que en mi semana en Perú vi muchas más sonrisas que en Madrid en un mes.

Aprovechamos para practicar el inglés con una pareja de indios (intuyo, pues no nos especificaron la nacionalidad) aprovechando sus fotos y nuestras fotos, hasta que nos separamos por distintos fingers hasta nuestros aviones correspondientes.

Fase II: Entretenimiento

4º Etapa: Lima-Piura-Talara-Lobitos

En medio de este vuelo cambiamos el chip. Tomamos un taxi nada más aterrizar para pasar rápidamente por casa de mi primo, ponernos una ropa más apropiada a Lima con su calor y humedad y volver a coger otro taxi hacia un restaurante de sushi fusión japonés y peruano. Aquí la carta:



Estais leyendo bien, todo lo que puedas comer por 45 soles, que vienen siendo menos de 12 euros. Por cada tipo que pedias ponían 6 piezas y si dejabas en el plato, pagabas las sobras. Con estas condiciones nos metimos 24 makis y similares por cabeza, pagamos y decidimos ir a comprar recuerdos para bajar la comida. Os tengo que enseñar los platos:


Volvimos a casa para dejar las compras y coger el longboard. Era hora de conocer el malecón patinando. No teníamos mucho tiempo para visitar Lima por lo que aprovechamos nuestra cercanía al malecón y mi primo me enseñó el paseo por el que suele patinar, las playas donde surfea que están adornadas con un restaurante llamado La Rosa Náutica y su impresionante puesta de sol.


Cenamos un par de bocadillos en un bar que se llama La Lucha y nos fuimos a casa pronto, porque, como suponeis, nuestro vuelo a Pirua partía a las 7 de la mañana, de nuevo.

Esta vez teníamos todo preparado y pusimos bien los despertadores por lo que no tuvimos ningún problema en llegar al aeropuerto a tiempo de coger nuestro vuelo con dirección a las playas. 

Piura tiene un aeropuerto con una sola terminal, sin fingers y edificada en una sola altura. Las escaleras de desembarco se ajustan de forma manual, es decir que son cuatro operarios los que mueven a pulso el armatoste hasta encajarlo en las puertas del avión y, tras descender por ellas, llegas a una sala con dos puertas, la que comunica con la entrada al aeropuerto y la de salida al aparcamiento.

No obstante, Piura es una ciudad bastante grande e importante, consta de universidad y está habitada por 422.000 peruanos, casi dos veces y media el número de habitantes de Castellón (180.000). Las comparaciones las dejo en manos de los lectores y que saquen sus propias conclusiones.

Una vez en el taxi, nos acercamos a la compañía de autobuses con dirección a Talara. La duración del trayecto era aproximadamente de dos horas y media y aprovechamos para echarnos una siestecita y admirar los diferentes tipos de vegetación por las ventanas. Al principio todo lleno de arrozales, que poco a poco iban desapareciendo entre palmeras y terminaban en pequeñas colinas de arena similares a un desierto. Al fondo se dejaba ver de vez en cuando el Pacífico.

Bajamos del autobus y cogimos una moto taxi que nos acercó a la parte de la ciudad desde donde salian las furgonetas privadas para Lobitos. Y allí esperamos, en ese andén improvisado que no era más que un poco de arena pegada a un muro de cemento. 


Esperamos aproximadamente una hora al sol esquivando mosquitos del tamaño de un pulgar hasta que al final entramos en la furgoneta que nos ofrecía llevarnos a Lobitos. Por supuesto, el viaje comenzaba cuando la furgoneta se llenaba de gente para que fuese rentable por lo que esperamos un poco más.

Atravesamos la última parte de Talara mudos de la impresión; era una de las zonas más pobres de la ciudad y con seguridad la más pobre que haya visto en directo nunca. Lo mínimo necesario para vivir era todo un lujo en aquella zona que poco a poco íbamos dejando atrás y adentrándonos en un pequeño desierto de arena y pozos de petroleo entre los que estaban una central de Endesa. 

Desconozco el tiempo que tardamos en volver a encontrarnos con alguna casa, esta vez ya en Lobitos.

Lobitos es una ciudad pequeña que anteriormente pertenecía al ejército. Toma el nombre de los lobos de mar que son muy comunes en aquella zona y antiguamente tenía gran importancia y estaba mucho más cuidada que ahora. 

Al ser una ciudad militar, estaba dotada de edificios de viviendas, facilidades y servicios necesarios en una ciudad autoabastecida, incluyendo cine y otros tipos de entretenimiento. Pero cuando el gobierno peruano tomó la decisión de trasladar a los militares a otro lugar, abandonó, literalmente todos los edificios de la zona, permitiendo a cualquier persona habitarlos y, por un precio bajo, reformarlos y vivir allí.

Esta fue la idea de varias personas cercanas al surf, como es el caso de Unai, un vasco que posee a pie de playa unas habitaciones fabricadas con bambú y con vistas al mar desde cualquier parte del las mismas.

Y es que Lobitos se caracteriza por tener una de las mejores izquierdas del mundo, larga, con tubo y rompiendo gradualmente a lo largo de decenas de metros:


Por si fueran pocas las razones por las que alguien aficionado al surf no puede dejar de visitar Lobitos en el caso de pisar Perú, la ola no está masificada en absoluto, siendo 15 personas el máximo que contamos dentro del mar al mismo tiempo.

Salimos del hotel en busca de algún sitio donde alquilasen tablas. Detras de los albergües/hoteles y el surf camp, hay casas bajas de un par de habitaciones por vivenda, las calles no están asfaltadas en su mayoría, y las que lo están apenas se ve puesto que están tapadas por arena capas de arena y arcilla plagadas de baches de la falta de mantenimiento.

En la esquina opuesta a nuestro hotel está la ONG Waves for development. Esta ONG recauda dinero alquilando tablas de surf para ayudar en la reconstrucción de edificios en Lobitos y otras necesidades básicas. Allí alquilamos dos tablas grandes (7'2" y 6'10") y nos bajamos de nuevo al hotel para comer.

La comida del hotel es espectacular. Hay dos características en estos sitios que hace la comida inigualable que son los ingredientes muy frescos y la cocina en el momento. La atención en nuestro hotel, tanto por los empleados como por parte de Unai, el dueño, fue impresionante, hasta el punto en que nos sentíamos en familia.

Unos minutos en la hamaca mirando las olas y nos pusimos las licras para meternos al mar. La temperatura del mar rondaría los 20-22 grados aproximadamente, y se soportaba bien sin neopreno, aunque me sorprendió que fuésemos los únicos que no lo usasen. Nos adentramos en los tubos e intentamos cogerlos antes de que rompiesen, no con mucho éxito debido a nuestro nivel, pero con gran diversión.

Madrugón acumulado, tarde surfeando y un lugar tan idóneo para relajarse invitaban a descansar a tope para aprovechar la primera hora de la mañana siguiente. Así que tras salir del agua, nos tumbamos un rato en las hamacas y cenamos con Unai viendo el partido del Real Madrid. ¿Os había comentado que podríamos considerar a Unai como alguien de nuestra familia durante esos dos días? Aquí teneis un pequeño ejemplo.




Despertamos al día siguiente a las siete de la mañana, lo más probable es que fuese por costumbre, y abriendo la cortina de la habitación comprobamos el día que hacía, sacamos fotos y empezamos a repartir envidias a lo largo y ancho del whatsapp, twitter y el facebook, y, para no ser menos, ahora mismo lo acabo de hacer en el blog.

Nos pusimos rápidamente en marcha, antes de desayunar nos daba tiempo a estar una horita en el agua y así hicimos. La playa de lobitos íntegramente para nosotros con sus tubos.

Tras este chapuzón mañanero, desayunamos y descansamos en la hamaca. Nos habían dicho que había un par de playas interesantes tanto a izquierda como a la derecha de nuestra posición, por lo que fuimos a echar una ojeada antes de comer hacia la derecha. Allí encontramos una playa pequeña llamada piscinas, con una ola corta pero bastante potente. Al lado estaba un pequeño puerto de pescadores desde donde nos quedaron las ganas para saltar. Se veía el fondo y no conocíamos la profundidad por lo que mejor era ser cautos.

De vuelta al hotel, comimos con Unai, sus hijos y su mujer. Os recuerdo lo que dije tres párrafos más arriba: Nos sentimos de la familia. Después nos echamos una siesta en las hamacas y practicamos otro poco de surf. Cuando ya comenzaba a refrescar decidimos salir e ir a la playa situada a la izquierda de lobitos, pasados los pozos de petróleo. De camino a esta playa recomendada por Unai y de la que no soy capaz de recordar el nombre, vimos una gran comunidad de cangrejos de arena y más adelante de cangrejos de roca que corrian a esconderse conforme caminábamos hacia ellos.




Las playas tenían una arena grisacea muy fina y las dunas se conservaban vírgenes esperando a que alguien las pisase. Por un lado recomiendo vivir la experiencia que yo viví allí, la tranquilidad y la paz que transmitía el lugar pero por otro me horroriza pensar que esa playa toma fama y termina masificándose, incluso por surfistas.

De vuelta al hotel conocimos a un nuevo huesped que llegaba desde Lima. Fabio había venido en autobús desde Lima y el viaje habia durado aproximadamente 18 horas seguidas. Fabio es un buen ejemplo del sacrificio de una persona por practicar su deporte favorito; un viaje largo cruzando el país, incómodo solamente por una ola. Y estoy seguro de que más de uno pensará que ha sido totalmente acertado.

Charlamos durante un par de horas en las hamacas con Fabio, compartiendo risas e historias como si nos conociésemos de toda la vida, hasta que Unai nos recordó la hora de la cena y allí subimos. De nuevo cenamos con Unai comentando un programa de televisión parecido a Aquí no hay quien viva pero con actores peruanos. Una vez anocheció preparamos las tablas para devolverlas al día siguiente y recogimos nuestra ropa de playa.

Esta vez nos despertamos aproximadamente a las 9 y media de la mañana y, al abrir la cortina como el día anterior, nos dimos cuenta de que estaba lloviendo. Nuestro destino era llegar a Máncora ese mismo día aunque no teníamos límite de horarios, por lo que no nos importaba retrasar la salida.

Alberto, la persona al cuidado del hotel, nos comentó que había estado lloviendo toda la noche y que tendríamos problemas para llegar a Talara de nuevo. Nos aconsejó hablar con Unai cuando volviese y mientras aprovechamos para llevar las tablas a la ONG. Volvimos pesando un par de kilos más por el barro acumulado en nuestros piés y es que, como ya os dije, todo el terreno de la zona es de arcilla y en cuanto llueve un poco se convierte en barro.

Mientras desayunábamos llegó Unai y nos comentó que no había furgonetas para ir a Talara. En Lobitos, cuando llueve, se forma un rio con bastante fuerza que atraviesa la carretera (o camino, ya que no era asfaltado) entre Talara y Lobitos. Cuentan que los músicos de la banda de Lobitos iban un día en un camión dirección a Talara, les llovió a mitad de camino y la corriente les arrastró hasta el mar. Hoy en día siguen desaparecidos. 

Toda esa historia de los músicos me suena a Titanic de bajo presupuesto, pero era preocupante ya que, pese a no tener horario de llegada, si que teníamos la necesidad de llegar a Máncora ese día.

En este hotel se hospedaba una familia limeña que habían emigrado a Madrid donde hicieron negocio. El matrimonio volvió de nuevo a Perú a vivir y habían parado en Lobitos para pasar unos días. El objetivo de esta familia era llegar a Los Órganos, un pueblecito al lado de Máncora, nuestro destino y habían alquilado un PickUp Toyota Hilux para las vacaciones. Les preguntamos si les importaba llevarnos a algun sitio donde pudiésemos continuar en transporte normal y accedieron encantados.

Fue toda una suerte esta casualidad. El trayecto que teníamos pensado realizar consistía en coger una furgoneta a Talara y un autobús de Talara a Máncora, acumulando entre 3 y 4 horas de trayectos más las demoras. Con esta familia iríamos directamente a Máncora sin demoras, aunque, eso sí, un poco más incómodos.



Subimos nuestras maletas a la cajuela y nos pusimos en marcha. Encontrándonos por el camino con un Navara que desistió de ir a Lobitos y con un BMW X5 que se quedó atrapado en el barro un par de veces.

Logramos salir del barrizal resbalando de lado a lado de la pista hasta llegar a la carretera panamericana, asfaltada, y a partir de allí todo fue calma hasta llegar a Los Órganos, donde nuestro amigo conductor decidió que nos acercaba a Máncora y quedaban allí a comer. 

Puedo decir que este trayecto fue una de las aventuras más locas que vivimos. Como veis en la foto a un lado hay una tubería que conduce petróleo. El coche se desplazaba en zig zag aproximándose a la tubería y a la cuneta del lado contrario, que a veces era un precipicio con los peligros que podría desencadenar. A mi primo y a mí, posiblemente por una mezcla de miedo y adrenalina, nos provocaba risas y sonrisas entre bromas al respecto.

Nada más llegar al hotel de Máncora brindamos con un par de chelas (cervezas de 630ml) por nuestra aventura en Lobitos.

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