3 de mayo de 2008

Tan joven y tan viejo

Me estoy haciendo viejo. Y no es algo que haya notado poco a poco, sino que realmente es como si hubiese subido un escalón, lo he notado de repente. Un día cualquiera le das una vuelta a lo que haces y dices: Vaya realmente esto no me pasaba antes, estoy haciendome mayor...... - silencio, miras unos segundos hacia arriba, vuelves a bajar la mirada - mierda!

Está claro, yo no tengo la culpa de esto. Bueno, aclaro, yo no soy el principal causante de esta situación. El culpable es el tiempo (obvio), pero como a él no puedo echarle las culpas, porque lo único que hace es pasar, me dedicaré a buscar otras víctimas. Y van a ser dos, la familia y los amigos.


La familia: Es la primera porque me queda cerca y quienes primero pagan son las madres y las abuelas porque, Quién no ha sufrido las frases tipo ¡¡Qué mayor estás!! o las típica después de un día de juerga ¡¡Levántate que ya eres mayorcito para hacer el vago!! Esta última millones de veces, hasta el punto en que mi madre me consideraba un apéndice de la cama y me ventilaba como el resto de la habitación. Llegaba, entraba, abria mi ventana y se iba cerrando la puerta. Y yo congelado no me quedaba otra que temblar pensando "Sssii yya se queque soyyy mayyyorrrcito papara esttto"

Ahora bien, desde hace un mes soy tio. Estoy encantado con mi sobrina, se me cae la baba, pero traslademos esto a mi edad. El primer sobrino define tu edad, literal. Mejor dicho, el peso del primer sobrino define tu edad. Lo que pese multiplicado por diez son la edad que sientes. Por poner un ejemplo, si el niño pesa 3'450, en cuanto sostenga al bebé en mis brazos voy a pasar de 24 a 34 años y medio, que el medio ese fastidia casi tanto como el 34. Desde entonces, cada dos por tres estoy en casa de mi sobrina, perdón, de mi hermana. Aunque todavía no me tomo un té con pastas cada vez que paso por ahí, pero tiempo al tiempo.

Tus amigos: Soy viejo gracias a mis amigos. Con los que decides quedar un viernes por la noche y, si sale algún plan, es estilo cenicienta. Sí, quedamos los viernes, pero unas cañas tranquilos, charlamos y ya está. ¿Vemos una película? Vale, pero en cuanto termine a dormir que estamos cansados.

Para salir bien hay que quedar un sábado, está visto que los viernes no se puede. Así que planteas el plan y el 50% ofrece a cambio una buena sesión de cine. Es normal, todos trabajan, los viernes o los sábados hay que ir al cine porque los demás días no se puede trasnochar.

Lo que no quiero admitir, pero no me queda más remedio, es que lo que les pasa a mis amigos es lo que me pasa a mi de vez en cuando. Por ejemplo, este fin de semana de cuatro días en el que no he hecho nada fuera de lugar para una persona adulta. El jueves me desperté tarde, comí, leí, fuí al gimnasio y tras dos horas comenté con Sara, la recepcionista, como iba el puente y a lo que nos dedicábamos. Y ayer, me desperté temprano y me fui a dar una vuelta de dos horas en bici por Madrid. Comí, leí, y fui al gimnasio, como el jueves, a hacer otras dos horas de ejercicio y a charlar de nuevo con Sara sobre los planes del puente. Puede sonar triste que mi plan sea ver la tele un rato o escribir historias que circulan por mi cabeza, pero me apetecen y quizás lo peor de todo para mis lamentos de edad, me gustan.

El miércoles tuve una cita en el Ikea con la señorita Carmen (no daré detalles de por qué ese lugar) con quien hablé de varios temas como éste durante cuatro impresionantes horas (ojalá hubiesen sido cinco o seis). Comentamos al trasluz nuestros miedos entre dos copas de ribera del duero y un par de pinchos de una maravillosa tortilla, y, es curioso, pero ninguno de los dos tenía miedo a envejecer.

En la mayoría de mis cuadernos hay una frase que me ha salvado de muchas preocupaciones y posiblemente de la del miedo al envejecimiento. Siempre escribo en grande en la primera página: "¿Y tú, eres capaz de sonreir hoy?". Pues bien, Carmen tiene una bonita costumbre. Sonríe. Siempre sonríe. Puede sonar raro, pero en la calle hacen falta sonrisas y Carmen lo tiene bastante claro. Cada vez que alguien te devuelve la sonrisa, obtienes un triunfo. Hay más gente que se enfrenta con ánimo a sus preocupaciones, pero no se dan cuenta hasta que no ven a nadie que lo exterioriza con una sonrisa, por ejemplo.


Mientras escribo esto tengo a mi lado una copa de Albariño y suena de fondo el piano de Oscar Peterson, con una versión jazz de Fly me to the moon. Preciosa costumbre de viejos, ¿y qué?

1 comentario:

Lhotse dijo...

Es absolutamente inevitable, y es lo que más cuesta, subir esa rampa hacia la "adultez". Lo grave no es hacerse mayor sino sentir que tienes 30 tacos cuando en realidad tienes 24, y muchos días es así...